Secretos y memorias

Hoy salen a la venta mis novelas El secreto de mi nombre y Memorias de la Salamandra. Las reedita Saga Egmont. La sensación de nueva vida es inmensa. El secreto de mi nombre fue una de las novelas finalistas del Premio Fernando Lara 1996: cuando me lo dijeron pensé que se habían equivocado. Memorias de la Salamandra fue una de las novelas finalistas del Premio Nadal 2006: cuando lo supe también pensé que se habían equivocado.

Atrás quedan llamadas, viajes, entrevistas, sensación de tiempo detenido y a la vez acelerado y muchos, muchos recuerdos.

Con El secreto de mi nombre recuerdo la llamada de mi padre, que fue el primero en comunicarme que había quedado finalista en el Premio Fernando Lara. La noticia me pilló de viaje fuera de España y era tiempo de teléfonos fijos. Mi respuesta fue: «¡anda ya!». No me lo creí hasta que me lo confirmó Editorial Planeta. Hasta que me llamaron de diferentes medios de comunicación. Recuerdo con especial cariño la llamada de Anna Sáez para el Diario Segre de Lleida (y esa foto maravillosa de Lleonard Delshams) y de Andrés Rodríguez para el Diario La Mañana (también de Lleida). Recuerdo la hermosa locura que fue el reportaje de Toni Puntí para el informativo 324 de TV3. Recuerdo la absoluta inconsciencia y temeridad con la que envié la novela al premio y luego me desentendí. Ni siquiera recordaba cuándo era el fallo y di por sentado que no pasaría nada con ella.

Después de esto, hubo quien me auguró un futuro fantástico y quien (lo sé, estas cosas se acaban sabiendo) dijo que nunca me leería porque yo tenía cierta fama de rubia tonta y despistada en la universidad y muchos pensaban que yo me iba a dedicar al canto y que era una niña rica que estudiaba Filología, Canto y Danza. No sabían que leía y escribía desde siempre, que había pasado hambre en mi adolescencia «gracias» a eso que ahora se llama «familia desestructurada», que trabajaba desde los ocho años ayudando en casa, que me pagaba todos los estudios, que sufría un insomnio pertinente y disfrutaba de una imaginación que me salvaba (aún me salva) la vida.

Recuerdo una hermosa crítica de Guillem Viladot, quien creyó en mí más allá de todas las apariencias y prejuicios. Recuerdo una preciosa conversación con Sebastià Serrano en la que me animó a seguir cultivando mi propia voz.

Sobre todo, recuerdo a mis amigos de siempre, apoyándome. Alfons, Teresa: gracias por todo. No voy a olvidar tampoco que mi por entonces marido (Àngel) fue un motor importante en el nacimiento de algunas de mis obras y un apoyo necesario a la hora de escribir.


Entre El secreto de mi nombre y Memorias de la Salamandra hay un lapso de diez años, dos muertes (las de mis padres) y un nacimiento (el de mi hija).

Recuerdo el dolor sordo de las muertes: no puedes resolver el dolor cuando las historias se cierran de manera abrupta. En el caso de mis padres, la historia guarda todo un calvario de abandonos y malos tratos y a la vez momentos hermosos como el descubrimiento del valor de la lectura y la escritura. Sé que jamás podré arreglar mis asuntos con ellos y eso perpetua el dolor. Pero sé que vivir es vivir con ello.

Recuerdo y vivo cada día la enorme suerte de tener a mi hija Judit. Cuando me quedé embarazada de ella, una conocida me dijo: «ya se te ha acabado el escribir. No vas a poder hacer nada a partir de ahora». La verdad es que Judit es una inspiración constante para mí. Intentar ser mejor persona y dejar el mundo un poco mejor de lo que me lo encontré (para ella y para los demás) agudiza mi creatividad y me hace inmensamente feliz.

Recuerdo que ir a la cena del Premio Nadal supuso dejar a mi hijastro Joel a cargo de mi hija Judit. Él tenía veinte años; ella, cuatro. Àngel y yo llegamos a los postres con la convicción absoluta de que nuestros hijos iban a estar bien. Dormimos poco y al día siguiente me esperaban entrevistas diversas. Mi cara de sueño en las fotos no supera a mi felicidad de entonces.

Recuerdo un texto maravilloso de Aurora Conde sobre Memorias de la Salamandra.

Recuerdo el dragón (imaginario y tan real) que me aterrorizaba en el pasillo oscuro de la casa de mis padres: para poder superar mi miedo tuve que averiguar el secreto de su nombre. Recuerdo la capacidad que tiene la salamandra de atravesar el fuego sin quemarse como el secreto de la reinvención. Porque todo lo que hago cuando escribo es reinventarme. Porque todo lo que hago es escrivivir.

Por eso, por todo lo anterior y por muchos otros secretos y memorias que me dejo en el tintero, necesitaba escribir este post. Hoy vivo y me reinvento. Han pasado más años. Hay nuevas personas en mi vida además de mi hija y mis amigos de siempre. Está José, que es mi pareja y mi «muso». Estáis quienes me leéis ahora. Están las letras que nos unen como puentes, más allá del vacío y del silencio, más acá del terror y las preguntas. Las palabras que serán memoria y secretos compartidos. Estas líneas que concluyen en este momento.

Secretos y memorias

Deja un comentario