Miedo, identidad y poder en DUNE, de Frank Herbert

Timothée Chalamet como Paul Atreides en Dune (2021, Denis Villeneuve)

Cuando acabamos de leer Dune nos damos cuenta de que es muchas cosas: un tratado sobre el medioambiente (en el que se advierte sobre los peligros que acarrea la destrucción de los recursos naturales del planeta), una visión alternativa de la historia de la casa griega de Atreo, un conglomerado de mitos reformulados, la creación de un mundo mestizo en el que se combinan mitologías y lenguas diversas… también se ocupa de temas políticos, religiosos, filosóficos, históricos, poéticos… Dicen que Dune es la primera gran novela de ciencia ficción ecológica. En ella subyacen temas como la supervivencia y la evolución humana, el liderazgo, la libertad y la esclavitud, la locura y la cordura, la conciencia alterada… Aceptando todo esto, me gustaría afirmar que Dune es, ante todo, una novela sobre la búsqueda de la identidad humana.

Saber quién se es lleva a saber qué hay que hacer con el tiempo y las circunstancias que nos han tocado vivir. Y esto es, en el fondo, lo que atenaza continuamente a Paul Atreides, lo que preside toda su búsqueda, su camino, hasta encontrar todas sus facetas, todos sus nombres posibles.

En el principio, como en cualquier génesis, no aparece la palabra, sino el miedo:

No tengo miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo, ya no habrá nada. Solo estaré yo. (p. 16) [1]

Esta cita, que se repite en la novela más adelante, es el verdadero eje del camino que lleva a Paul a ser él. No es una búsqueda íntima, sino una búsqueda orientada hacia el servicio de los demás, constructora de sociedad, generadora del líder que consigue la unión de los individuos para que sean pueblo en lugar de simples seres aislados (in-dividuos) o turba (masa indiferenciada sin propósito ni camino claro). El líder (Muad’Dib, Usul…) es el que guía al pueblo. Pero para ello debe saber quién es, debe morir como sujeto anterior y debe sobrevivir como nuevo yo a su propio miedo. Esta es la base de su poder sobre los demás: sobrevivir al miedo. La experiencia (como vemos en las pruebas que soporta) le dota de sabiduría y de esa aura especial que hace que los demás confíen en su visión, en su capacidad de liderazgo y de resolución de problemas.

Paul Atreides aprende a lo largo del camino que solo el mestizaje (la unión de pueblos, y no la preservación de unas supuestas razas puras) conduce a los humanos a superarse y a sobrevivir. Este es el caso de los fremen en Arrakis, o lo que es lo mismo, de cualquier pueblo adaptado a un terreno absolutamente inhóspito. ¿Cómo se da esa adaptación? Aprendiendo del medio y aprendiendo de los demás. Eso implica una gran dosis de humildad y paciencia, de rehumanización (Hubo un tiempo en que los hombres dedicaban su pensamiento a las máquinas, con la esperanza de que ellas les harían libres. Pero esto solo permitió que otros hombres con máquinas les esclavizaran. —p. 20—), pero también de saber cuáles son las fronteras entre la protección y la sobreprotección:

Si le proteges demasiado, Jessica, nunca será lo suficientemente fuerte como para alcanzar un destino, cualquier destino. (p. 35)

Desde el principio aparece la necesidad de no proteger, de endurecer al hijo, al débil, al que aprende, para que consiga fuerza y por lo tanto tenga capacidad de poder sobre los demás. La única forma de sobrevivir en Dune es conseguir dominar/colonizar a los demás, salvo en el caso de la relación fremen-Arrakis. El único pueblo que en realidad resulta victorioso (los fremen) es aquel que se adapta al medio, no el que intenta adaptar el medio a él.

La sed es el motor de lucha o de adaptación al medio en Arrakis (podrás comprobar la obsesión de la sed a tu alrededor —p. 44—): cristaliza el deseo, la necesidad de supervivencia. Calmar la sed equivale a calmar el miedo a morir. Pero no basta con eso. Hay que vivir en el mundo, en un mundo sostenible, un mundo que se sostenga:

Un mundo se sostiene por cuatro cosas—alzó cuatro nudosos dedos—… la erudición de los sabios, la justicia del grande, las plegarias de los justos y el coraje del valeroso. Pero todo esto no es nada…—cerró sus dedos en un puño— sin un gobernante que conozca el arte de gobernar. ¡Haz de esto tu ciencia! (p.44)

La idea del buen gobernante como alguien que une los pilares del mundo, el que transforma a los individuos y a la turba en pueblo que vive en un mundo, aparece muy pronto en la novela. Paul Atreides será ese buen gobernante, capaz de percibir el mito que lo circunda, pero sin sucumbir a él, puesto que la grandeza es una experiencia transitoria que depende en parte de la imaginación humana creadora de mitos (p. 170).

Cualquier ser humano, pero en especial el líder (como representante, microcosmos y aleph de la sociedad), debe experimentar el misterio de la vida, no resolverlo como un problema. La vida se vive, no se piensa. La vida, en Dune, se nos presenta como un fluido (igual que el agua que escasea en Arrakis y que es, evidentemente, el origen de toda vida): mientras fluye se comprende, porque nos sumergimos en ella. En el momento en que se interrumpe el flujo, la vida se interrumpe y por lo tanto aparece la muerte (y la sed). El ser humano y el mundo son fluidos que contienen todo el espectro de posibilidades (de ser y existir). Paul vive en una simultaneidad temporal que abarca todas esas posibilidades:

Contempló su propia muerte en innumerables versiones. (p.256)

No hay solo una historia lineal, sino múltiples posibilidades. La historia es la posibilidad que se concreta. Las otras forman parte de los anhelos del ser humano. Solo el líder buscado, el Kwisatz Haderach, puede vivir y ver todas las posibilidades. Él es el receptáculo de todas las realidades posibles. Pero aun siendo el líder, el que tiene el poder y las visiones, el que guía al pueblo (un pueblo nómada de identidad nómada, que se reinventa a cada paso), no deja de ser humano, un individuo en busca de la felicidad. ¿Cómo conseguirla, si se ven todas las posibilidades, si se comprenden todos los anhelos? Deteniéndose, aunque sea un instante. Volviendo a su propio refugio: a su hogar, pero sobre todo a su propio espacio interior, en donde se sigue buscando y redefiniendo:

En eso consistía la verdadera felicidad, en la posibilidad de detenerse, aunque únicamente fuera por un instante. No había ninguna felicidad si uno no podía detenerse. (p. 319)

Es mejor una comida frugal y un poco de calma que toda una casa llena de luchas y de suspicacias. (p. 320)

Sus pulmones estaban llenos de su propio silencio. (p. 321)

En el fondo, lo que se busca es la armonía con los otros, entre los otros y en “lo otro” que es el planeta que se habita: la luz allí era una especie de silencioso murmullo, una armonía más profunda que ninguna otra en todo aquel universo (p. 349). Estamos muy cerca de los postulados de la armonía universal. La armonía, la consonancia (el “sonar con”) frente a la disonancia que supone cualquier enfrentamiento (con uno mismo, con los demás, con el planeta), es el equilibrio buscado en un medio en el que, para sobrevivir, hay que suprimir cualquier debilidad y cultivar la cualidad que define a los fremen como esencia:

Los fremen eran supremos en aquella cualidad que los antiguos llamaban spannungsbogen… que es la demora que se impone uno mismo entre el deseo de algo y el acto de conseguirlo. (p. 372)

Spannungsbogen, que no es lo mismo que “no hacer nada y esperar”. Incluso la inmovilidad es un tipo de acción en Dune que tiene sus propias consecuencias (p. 381): en este sentido, la novela nos conecta directamente con la mentalidad de base budista. No hay que confundir, tampoco, esta inmovilidad con la parálisis que genera el miedo:

Cuando tu adversario tenga miedo de ti, entonces es el momento de dejar sueltas las riendas de su miedo, dándole tiempo suficiente para que actúe sobre él. Deja que se convierta en terror. El hombre aterrorizado lucha contra sí mismo. (p. 392)

Controlar el miedo es, de hecho, una de las bases del poder. Quien controla el miedo tiene el poder de destruir. Pero… ¿miedo a qué, a quién? En primer lugar, al hombre sin emociones (no es posible controlarlo —p. 473— porque no es posible conseguir que pierda el control), pero, sobre todo, a la propia necesidad de que el universo sea lógico y coherente:

En las profundidades de nuestro inconsciente hay una obsesiva necesidad de un universo lógico y coherente. Pero el universo real se halla siempre un paso más allá de la lógica. (p. 477)

Esa falta de lógica y de coherencia genera incertidumbre e inseguridad en la mente humana: lo que la mente no acepta hace germinar el miedo, y el miedo petrifica (p. 593). Y si ya hemos dicho que la vida es fluir, es fácil comprender que la piedra es la muerte. ¿Cómo sobrevivir a esto, como vivir con esto? Siendo nómada, convirtiéndose en nómada. Aceptando la incertidumbre. Aceptando el miedo que construye nuestra identidad. Por este camino, el ser humano se fortalece y se adapta al medio y a lo que suceda. Y el ejemplo por excelencia de este comportamiento en Dune es, justamente, el de Paul Atreides. Esto es lo que le otorga el poder, lo que le convierte en líder:

—No sabemos cómo terminará todo esto—dijo. Y su compañero más alto, nuevamente con una mano sobre el ojo, añadió con voz gélida: —Pero ni siquiera Muad’Dib lo sabe. (p. 594)


[1] Seguimos la edición de La Factoría de Ideas (Madrid, 2012).

Miedo, identidad y poder en DUNE, de Frank Herbert

Traduciendo el Mundo

Elsa Braumann estaba perdida en un bosque de adverbios y pronombres la noche en que la muerte llamó a la puerta. El reloj marcaba las cuatro de la mañana.

Así empieza la última novela escrita por Goretti Irisarri y José Gil Romero: La traductora[1]. Debo decir que es uno de los inicios que más me han gustado en mucho, mucho tiempo. Con esta apertura de puerta, ¿qué nos espera? Intriga, elecciones, historia. Romance, causas perdidas, nuevas oportunidades. Ganas de cambiar el mundo, poder para cambiarlo. Suerte, tragedia. Reinicios, acciones, contemplación. Cambios de vía, cambios de vida. Pero La traductora es todo esto y mucho más.

En esta novela, que aventura lo que sucedió en los ocho minutos de retraso con los que se inició la reunión entre Franco y Hitler el 23 de octubre de 1940, asistimos, gracias al estilo ágil y preciso de Goretti Irisarri y José Gil Romero, a toda una fiesta, una aventura (bien cimentada sobre una documentación fantástica) que abarca tanto la pequeña historia de los seres humanos anónimos como la gran historia que recuerdan los manuales. La carestía provocada por la guerra en un Madrid que apestaba a gasógeno (p. 34), en un mundo que se había convertido en un sitio espantoso habitado por monstruos (p. 37) y en donde el hambre aparece como una presencia constante, es un reflejo de la carestía de líderes honestos en una realidad que ha presenciado la muerte de los héroes: toca vivir tiempos oscuros, una época triste, dominada por hombres mediocres, ambiciosos y cobardes (p.68).

Esta es una historia sobre la historia y sobre cómo se recuerda. Sobre los recuerdos que se clavan en el corazón y se convierten en cristales (p. 73), que se pisotean (p. 76) o se construyen a partir de nuevas vivencias para huir del miedo y de la miseria, económica y moral, que se cierne sobre la tierra que cubría el millón de muertos y sobre la que se puede comprar y construir (p. 114). El cine, la literatura, son buenos medios para construir nuevos mundos en una sociedad en la que muchos no se pueden permitir tener ideales, en la que sobrevivir puede ser una tarea más dura que luchar (p. 238). Por eso, en ese mundo lleno de monstruos corrompidos (p. 244) por el poder, el dinero y el ansia de figurar en la Gran Historia, el arte y quienes lo crean son objeto de persecución. También aquellas personas que, como la protagonista, intentan vivir una vida auténtica traduciendo lo que les ha tocado vivir.

Nuestras acciones dependen de cómo vemos el mundo. Dependen de los demás y a la vez les afectan. El mundo es un cruce de vías y nuestra capacidad para interpretarlo y para decidir hacia dónde vamos marca nuestra historia.

Esta historia trata de la acción y la contemplación. Del honor como hervor personal que a veces nos ciega como personas y hace que nos neguemos la posibilidad de vivir según nuestros afectos. De los libros como salvadores de los seres humanos y a la vez como principales víctimas de los poderes totalitarios impuestos por embaucadores que apartan a quien entorpece su camino. Esta historia también trata de la libertad, el orden, la subversión. De la invención de un Mundo Utópico frente a la realidad que nos toca vivir. De los grandes proyectos históricos (que son el sueño de unos pocos y la pesadilla de muchos) frente a la pequeña historia de los pequeños seres cotidianos. Del amor y la redención. De la vida, la muerte, la familia. De eso que nos impulsa a actuar con valentía o a ser prudentes según lo que esté en juego. De la temeridad como valentía mal entendida. De aprender a ver para dar con la clave que nos permita descifrar la realidad que vivimos: este es el único camino, el primer paso para recorrer los días que queremos vivir.

Solo los seres que aprenden a traducir el Mundo pueden acertar el camino que los lleva a vivir una vida plena, que es aquella en la que no se sienten fuera de sí mismos: la que coincide con la (siempre fluctuante) identidad.

El ser humano en busca de sentido es aquel que aprende, a cada paso, a traducir el mundo: solo así podemos aspirar a tocar con los dedos el origen de nuestro ser, nuestra voz original.


[1] José Gil Romero y Goretti Irisarri: La traductora.- Ed. HarperCollins, Madrid, 2021.

Traduciendo el Mundo

Secretos y memorias

Hoy salen a la venta mis novelas El secreto de mi nombre y Memorias de la Salamandra. Las reedita Saga Egmont. La sensación de nueva vida es inmensa. El secreto de mi nombre fue una de las novelas finalistas del Premio Fernando Lara 1996: cuando me lo dijeron pensé que se habían equivocado. Memorias de la Salamandra fue una de las novelas finalistas del Premio Nadal 2006: cuando lo supe también pensé que se habían equivocado.

Atrás quedan llamadas, viajes, entrevistas, sensación de tiempo detenido y a la vez acelerado y muchos, muchos recuerdos.

Con El secreto de mi nombre recuerdo la llamada de mi padre, que fue el primero en comunicarme que había quedado finalista en el Premio Fernando Lara. La noticia me pilló de viaje fuera de España y era tiempo de teléfonos fijos. Mi respuesta fue: «¡anda ya!». No me lo creí hasta que me lo confirmó Editorial Planeta. Hasta que me llamaron de diferentes medios de comunicación. Recuerdo con especial cariño la llamada de Anna Sáez para el Diario Segre de Lleida (y esa foto maravillosa de Lleonard Delshams) y de Andrés Rodríguez para el Diario La Mañana (también de Lleida). Recuerdo la hermosa locura que fue el reportaje de Toni Puntí para el informativo 324 de TV3. Recuerdo la absoluta inconsciencia y temeridad con la que envié la novela al premio y luego me desentendí. Ni siquiera recordaba cuándo era el fallo y di por sentado que no pasaría nada con ella.

Después de esto, hubo quien me auguró un futuro fantástico y quien (lo sé, estas cosas se acaban sabiendo) dijo que nunca me leería porque yo tenía cierta fama de rubia tonta y despistada en la universidad y muchos pensaban que yo me iba a dedicar al canto y que era una niña rica que estudiaba Filología, Canto y Danza. No sabían que leía y escribía desde siempre, que había pasado hambre en mi adolescencia «gracias» a eso que ahora se llama «familia desestructurada», que trabajaba desde los ocho años ayudando en casa, que me pagaba todos los estudios, que sufría un insomnio pertinente y disfrutaba de una imaginación que me salvaba (aún me salva) la vida.

Recuerdo una hermosa crítica de Guillem Viladot, quien creyó en mí más allá de todas las apariencias y prejuicios. Recuerdo una preciosa conversación con Sebastià Serrano en la que me animó a seguir cultivando mi propia voz.

Sobre todo, recuerdo a mis amigos de siempre, apoyándome. Alfons, Teresa: gracias por todo. No voy a olvidar tampoco que mi por entonces marido (Àngel) fue un motor importante en el nacimiento de algunas de mis obras y un apoyo necesario a la hora de escribir.


Entre El secreto de mi nombre y Memorias de la Salamandra hay un lapso de diez años, dos muertes (las de mis padres) y un nacimiento (el de mi hija).

Recuerdo el dolor sordo de las muertes: no puedes resolver el dolor cuando las historias se cierran de manera abrupta. En el caso de mis padres, la historia guarda todo un calvario de abandonos y malos tratos y a la vez momentos hermosos como el descubrimiento del valor de la lectura y la escritura. Sé que jamás podré arreglar mis asuntos con ellos y eso perpetua el dolor. Pero sé que vivir es vivir con ello.

Recuerdo y vivo cada día la enorme suerte de tener a mi hija Judit. Cuando me quedé embarazada de ella, una conocida me dijo: «ya se te ha acabado el escribir. No vas a poder hacer nada a partir de ahora». La verdad es que Judit es una inspiración constante para mí. Intentar ser mejor persona y dejar el mundo un poco mejor de lo que me lo encontré (para ella y para los demás) agudiza mi creatividad y me hace inmensamente feliz.

Recuerdo que ir a la cena del Premio Nadal supuso dejar a mi hijastro Joel a cargo de mi hija Judit. Él tenía veinte años; ella, cuatro. Àngel y yo llegamos a los postres con la convicción absoluta de que nuestros hijos iban a estar bien. Dormimos poco y al día siguiente me esperaban entrevistas diversas. Mi cara de sueño en las fotos no supera a mi felicidad de entonces.

Recuerdo un texto maravilloso de Aurora Conde sobre Memorias de la Salamandra.

Recuerdo el dragón (imaginario y tan real) que me aterrorizaba en el pasillo oscuro de la casa de mis padres: para poder superar mi miedo tuve que averiguar el secreto de su nombre. Recuerdo la capacidad que tiene la salamandra de atravesar el fuego sin quemarse como el secreto de la reinvención. Porque todo lo que hago cuando escribo es reinventarme. Porque todo lo que hago es escrivivir.

Por eso, por todo lo anterior y por muchos otros secretos y memorias que me dejo en el tintero, necesitaba escribir este post. Hoy vivo y me reinvento. Han pasado más años. Hay nuevas personas en mi vida además de mi hija y mis amigos de siempre. Está José, que es mi pareja y mi «muso». Estáis quienes me leéis ahora. Están las letras que nos unen como puentes, más allá del vacío y del silencio, más acá del terror y las preguntas. Las palabras que serán memoria y secretos compartidos. Estas líneas que concluyen en este momento.

Secretos y memorias

LAS CUERDAS Y EL OÍDO, próximamente en formato ebook y audiolibro

El 28 de abril de 2021 se reedita Las cuerdas y el oído en formato ebook y audiolibro bajo el sello Saga Egmont, la editorial más importante de los países nórdicos.

Enlaces de compra:

A Storytel: https://www.storytel.com/co/es/books/2275792-Las-cuerdas-y-el-oido

A Google: https://play.google.com/store/audiobooks/details/Rosario_Curiel_Las_cuerdas_y_el_o%C3%ADdo?id=AQAAAEDckn3SsM

LAS CUERDAS Y EL OÍDO, próximamente en formato ebook y audiolibro

Las cuotas femeninas y el rodillo del poder

Leo por ahí que al Premio Nadal se han presentado 1044 obras este año, frente a las 351 del año pasado. La diferencia viene marcada por la posibilidad de presentar las novelas por correo electrónico. Ha sido necesario que la pandemia apareciera en el mundo para llegar a la clara conclusión de que tener que presentar tu manuscrito en papel (con el añadido de un CD grabado en algunos casos) elimina de un plumazo irónico a todas aquellas personas que no tienen el dinero suficiente para hacer las copias que se piden, enviarlas por correo… y, por supuesto, tener el tiempo de ir a la oficina de Correos para poder hacer el envío.

¿A quiénes se eliminaba de manera invisible en ediciones anteriores? A todas aquellas personas que no podían pagarse las copias. Noticia sorpresa: sí, las fotocopias son caras, y el papel también, y las encuadernaciones. Pero además, ¿a quién más se eliminaba de manera tácita? A todas aquellas personas que, por necesidades del trabajo y por obligaciones familiares, no tenían el tiempo para ir a una oficina de Correos que acostumbraba a estar siempre colapsada. Concretemos más: por este camino, se eliminaba de un plumazo a un montón de personas dedicadas a subsistir y al cuidado de los demás. ¿Lo concreto más? Se eliminaba de un irónico plumazo a las mujeres, que son quienes, seamos realistas, siguen dedicando más tiempo a los quehaceres de la casa mientras luchan por dar la talla en jornadas laborales que a menudo son agotadoras.

Oh, sorpresa y oh, noticia: si permites que la gente se presente a un concurso literario vía email, el aluvión de manuscritos va a ser importante. No me meto en si se van a poder leer todos esos manuscritos (1044) que han ido llegando desde septiembre (este es el plazo de presentación para el Nadal). También sé que para los lectores profesionales (que seguramente harán un primer cribado para que a las personas del jurado no les exploten las meninges), saber si un manuscrito vale la pena o no es algo que pueden decidir en cuestión de minutos porque ese es su oficio. Claro que hay errores, claro que uno puede no tener una idea perfecta, pero hay sistemas para conseguirlo. El si se hace o no daría para otro post, y yo no sé lo suficiente, así que dejo este tema aquí.

Hablemos de cuotas. De cuotas femeninas. Se habla, en las noticias, de que las anteriores ediciones del premio Nadal tuvieron una cuota femenina. Evidentemente, el Nadal es un premio que otorga una editorial (en este caso, ya todo un grupo editorial), y como es una empresa puede hacer lo que le dé la gana. Se opinará lo que se quiera al respecto, pero cada cual manda en su casa con su dinero. Lo que me preocupa es la cuestión de la cuota. ¿Es necesario que exista esa cuota femenina? (cuánto me gustaría entrar ahora en el tema del concepto de lo «femenino» y de cómo obvia a las identidades trans-). ¿La cuota existe porque se reconoce que las mujeres tienen más difícil su acceso al mundo literario? ¿Cuánto representa, en cuestión monetaria, esa presencia femenina? ¿Se traducirá en un mayor porcentaje de ventas auspiciado por las lectoras? ¿Esa cuota se implanta por cuestiones ideológicas, morales, económicas…?

En relación con la cuota femenina, se habla de ticket emocional. De manera automática, me horroriza comprobar que se identifica lo escrito por mujeres con ese plus emocional. ¿Quiere decir que las mujeres escriben (escribimos) desde unos parámetros más «sensibles»? ¿Más… centrados en lo que afecta a los sentimientos? Dejando a un lado que parece ser que las mujeres desarrollaron habilidades emocionales desde las cavernas porque era necesario para la crianza de los niños… ¿Obliga eso a que las historias escritas por mujeres lleven un velo romántico, un drama, un halo de confesión? Desde luego, no tengo nada en contra de este tipo de escritura, pero… ¿no condiciona eso que lo escrito por mujeres deba atarse a ciertos baremos que la sociedad considera que son propios de lo femenino? Hablamos de fragilidad, de resistencia, de resignación, sacrificio, melodrama sentimental… ¿No es, nuevamente, una manera de etiquetar y reducir a las mujeres? ¿No es otra manera de forzar a ser, a escribir, de determinada manera? No tengo nada en contra de que cada cual escriba como le dé la gana. Pero… ¿uniformizar así a las personas no es otra manera de apisonarlas? Me temo que cuando un hombre escribe sobre sentimientos se le alaba por ello y cuando una mujer lo hace se considera que es propio de ella hacerlo. Cuando sucede lo contrario (que una mujer escriba centrándose en aspectos crueles de la vida sin conceder espacio a lo leve y lo suave), las muecas de sorpresa y desagrado abundan. Y en ese caso, se corre a la desesperada para meterla en un género (ah, escribe novela negra; ah,  se dedica al terror). Tengo muchas anécdotas al respecto. En una presentación, quien hablaba sobre mi novela (Subway Placebo, en este caso) se hacía cruces porque no procesaba que «alguien de apariencia angelical pudiera escribir de manera tan salvaje». Los datos: varón, blanco, hetero, clase media, europeo. En otra ocasión, el organizador de un evento (también varón, blanco, hetero, clase media, europeo) dio por sentado que yo escribía novela romántica: nada en contra (y ojalá supiera escribir una buena novela romántica), pero es ese cliché, ese ticket emocional automático lo que no procede. Lo que me molesta, lo que me inquieta.

Ser mujer no te obliga a ser de determinada manera ni a escribir de determinada manera. No hay que esperar que así sea. Sin embargo, los roles, las etiquetas, siguen funcionando para que encajes en un lugar, para que quieras seguir encajando. No encajar es no estar. Y, por este camino, miles de seres se pierden porque creen que no valen, porque creen que no merecen estar en determinados lugares. Porque si el ser humano se define por aspirar a ser algo, el ser humano mujer, hasta ahora, solo ha podido aspirar a ser dentro de una etiqueta, dentro de un cliché, de una cuota que, solo por el hecho de mencionarla, ya genera sentimientos encontrados: el querer estar, el rechazo a estar (ese lastre que aún nos acompaña de querer demostrar -¿a quién?- que no se es como las demás), la oposición a la cuota, la crítica a la cuota, los gritos clamando por que las mujeres se ciñan al espacio que les corresponde, la crítica a todo lo anterior, la crítica de la crítica, la crítica de la crítica de la crítica… Mientras el mundo se entretiene con todo esto, el rodillo del poder (que en realidad somos todos, con nuestras ideas automáticas, nuestras ideas aprendidas y grabadas de manera inconsciente a lo largo de siglos y siglos) sigue amasando nuestras identidades para conseguir que seamos personas más o menos ciudadanas, tranquilitas o exaltadas (según se necesite), contribuyentes y poco conscientes de que lo más importante no es quién aparece, dónde y cuándo, sino cómo se generan mecanismos para que no sea necesaria una pandemia para decidir que algo sea más fácil, más accesible a todos.

Tendremos que abrir bien los ojos, ser conscientes de lo que hacemos, de lo que decidimos, de lo que criticamos y alabamos, para que podamos amasar nuestras vidas sin apisonar las de otros, para que acceder a determinadas posibilidades esté realmente al alcance de todos, para borrar las fronteras y los guetos, y para que las cuotas de cualquier tipo no se conviertan en una manera de invisibilizar por sobreexposición y de etiquetar (y por lo tanto fosilizar) a personas que, por el mismo hecho de serlo, están en continuo proceso de construcción y reinvención.

Las cuotas femeninas y el rodillo del poder

Reinas que gritan en silencio

Miedo. Miedo del miedo. Miedo del miedo del miedo. En círculos. A oleadas. A tsunamis.

Hay pocos libros que nos ayuden a vivir con el miedo. Seamos realistas: el miedo no se va nunca. Está ahí, estará ahí. Siempre. Por eso, Reina del grito, la criatura que ha alumbrado Desirée de Fez y que ha editado Blackie Books, me parece una luz necesaria en el camino de nuestra oscuridad. A lo largo de sus páginas, la autora aborda los diferentes miedos femeninos de la mano de películas que la han ayudado a gestionar ese abismo que a veces se abre bajo nuestros pies de repente. El miedo a no ser aceptada, al sexo, al embarazo, a la vejez, a no poder soportar el dolor… Tantos, tantos miedos sugieren que lo que está haciendo Desirée de Fez es recorrer las diferentes caras del monstruo que nos acecha desde y para siempre por el simple hecho de ser humanos.

Desirée de Fez se centra en los miedos femeninos. ¿Otro libro sobre mujeres y blablabla? Sí, otro. Desde siempre, se ha afrontado el miedo desde la épica masculina de la lucha: afrontar, derrotar, vencer son verbos frecuentes al abordar el tema del miedo. Hay que ser conscientes de que los miedos femeninos, que son muchos y en muchos casos exclusivos del género, no han existido de manera consistente más allá de presentar a la mujer como la víctima o como la guerrera. Una vez más, dos caras aparentemente opuestas de la misma moneda: la épica (masculina) del miedo. ¿Qué pasa si no sabemos luchar contra los monstruos que nos hacen respirar de manera acelerada, que pasa si no estamos a la altura? Estar a la altura: otra expresión peligrosa, aniquiladora. El miedo es una criatura abisal: está en nuestras profundidades. Creer que hay que subir a algún sitio para combatirlo es desconocer su naturaleza. Para combatir el miedo hay que permitirse la debilidad (otra palabra peligrosa) de reconocer que tenemos miedo. Y esta es nuestra mayor fuerza.

Voy a hacer una confesión: no me gusta el terror. No me gusta el cine de terror. Si me quedo sola, lejos de las compañías que a menudo me hacen de guías por esas zonas, acabo viendo comedias y musicales. Pero es porque yo también, como Desirée de Fez, tengo mucho miedo. Tengo sus mismos miedos. Y otros más que no toca explicar por aquí. Tengo tanto miedo que, de pequeña, veía un dragón en mitad del largo y tétrico pasillo de la casa de mis padres. Recuerdo sus ojos rojos flotando en la oscuridad, su cuerpo sobredimensionado por encima de mi cabeza, el calor abrasador de su aliento que me ponía a temblar como una hoja en otoño. Al principio salía corriendo. Tiempo después, hacia los tres años (siempre he sido una niña muy fantasiosa, pero con tendencias prácticas), se me ocurrió que podía hablar con el dragón, hacerme su amiga, para poder pasar por el pasillo con cierta tranquilidad. Y así fue: empecé a hablarle al dragón. Nos hicimos amigos. Con el tiempo, resultó ser el centro de mis fantasías narrativas. Creo que, en el fondo, eso es lo que hace Desirée de Fez en su libro: nos explica cómo aprendió a hablarle al dragón, cómo se hizo su amiga. Nos explica cómo las películas de terror se convirtieron en su medio de soportar la realidad visible e invisible. Esas mismas películas sirven para que nos comunique algo tan difícil de verbalizar como el miedo. Porque, aunque la lógica de batalla diga que las reinas gritan fuerte y agudo hasta taladrar los tímpanos de cualquiera, la verdad es que el verdadero horror nos deja mudos, con una mueca parecida al Grito de Munch: ese cuadro nacido del miedo.

Por todo lo anterior, he sido incapaz de separarme de este libro hasta haberlo devorado con ansia, convertida yo, ya no en monstruo atrapasueños, sino en mujer atrapamiedos. Creo que Reina del grito es un espejo en el que de repente me he visto reflejada, un espejo que me ayuda a pasar al otro lado de mí misma con una mano amiga sirviéndome de guía. Creo que este es un libro inevitable.

Creo, también, que debo reformular mi confesión: sí me gusta el terror. O, más bien, yo le gusto al terror. Me fascina entender cómo funciona, descubrir sus senderos ocultos en los que me asalta cualquier monstruo hecho de mis inseguridades. Este descubrimiento se lo debo a Desirée de Fez y a su criatura hecha de retazos de su alma.

Podría hacer una reseña llena de citas. Podría intentar escribir una sesuda reflexión de por qué este libro funciona y es necesario. Pero he tenido tantos sentimientos intensos al leerlo que no me apetece nada racionalizarlo del todo. Quiero que se quede a vivir para siempre en el fondo de mi alma. Quiero que me ayude a gritar en silencio.

Reinas que gritan en silencio

Tú serás Ferox

Me gusta que los libros me emocionen. Me gusta que me cojan por los ribetes del alma y me den unas cuantas vueltas al mundo. Para eso leo: para que mi vida pase por lugares emocionales insospechados.

Hay libros que te resuenan en el alma a lo largo del tiempo. Ferox [1], de Olivia Sterling, lo hace. Esta novela llegó a mis manos hará ya un año, y me prometí escribir una reseña en cuanto me fuera posible. Por entonces, estaba yo metida en demasiadas cuestiones familiares y profesionales como para poder dedicarme a escribirla.

Ferox resultó ser una bocanada de aire fresco en unos momentos en que mi cerebro y mis fuerzas estaban reducidos a la mínima expresión. Creo que una obra literaria debe ofrecer algo a quien la lee. En mi caso, así fue. Esta novela no solo fue una compañera vital importante para mí, sino que, además, ha seguido resonándome por dentro durante todo este tiempo. Un año después.

Por el camino, las fichas que escribí en su momento se dispersaron entre cambios de etapa y limpiezas de escritorio. Pero ahí sigue la novela, llena de citas subrayadas. He decidido no escribir aquí un estudio analítico. Prefiero reflejar la huella de las emociones que viví con ella y que aún perviven. Tanto, que hasta me trajeron otras voces a la mente.

Ya en septiembre de 2019 dije en la Revista Moon Magazine:

La lectura reciente que más me ha gustado es Ferox, de Olivia Sterling (Ediciones B, 2019). Me sugiere Voice of the Bloodde Hildegard von Bingen, porque en la novela veo la voz de una mujer que intenta abrirse camino en un mundo áspero de hombres, lleno de tinieblas que intentan amordazarla y acabar con ella. Veo esa oscuridad, ese peligro de avanzar sin protecciones, luchando por sobrevivir y por saber quién es. Me parece tremendamente contemporánea la problemática y a la vez común a todas las mujeres de todos los siglos. Tanto Micaela (la protagonista de la novela) como Hildegard son mujeres que buscan su destino entre los días que se enredan en sus pies y amenazan con tumbarlas. Y, a contracorriente, sobreviven y se convierten en leyenda.

Reminiscencias musicales, luchas femeninas por el derecho a ser y a existir: todo esto puede encontrarse en las páginas que nos ocupan.

Sorprendente, emocionante, adictiva: eso se lee en la faja que acompaña a la novela en físico. Normalmente no suelo creerme estos calificativos, pero en este caso debo decir que, en efecto, Ferox es sorprendente, emocionante y adictiva.

La sorpresa: un libro escrito por una autora que para mí era desconocida va y se te clava directamente en el centro de gravedad del corazón. Es una novela de base histórica con un componente de aventuras importante protagonizada por una mujer que no pretende ser un hombre ni cae en todos los tópicos que se supone debe tener una heroína de novela. Por el camino se enamora y se equivoca, pero ¿quién no se equivoca en su vida? Los pasos errantes y erróneos de Micaela son los que la convierten en alguien creíble, aunque la novela tenga su punto fantástico.

¿Qué más podemos encontrar? Un buen estudio histórico y antropológico de base relatado de forma amena, sin concesiones a una erudición fácil que cargue el texto, así que aprendemos no pocas cosas de una manera emocionante. Delectare et prodesse, ya se sabe. La trama se construye de modo que te aporta la suficiente información y a la vez la necesaria tensión narrativa como para que tengas ganas de seguir leyendo. Puedo afirmar que, en mitad de unos momentos en los que no tenía tiempo ni para dormir, llegué a sacrificar no pocas horas de sueño (espero que Olivia Sterling no se sienta culpable por ello) para poder seguir leyendo unas líneas más, unas páginas más. Acabé de leerla el ocho de junio de 2019 a las 21:42 h. (esto es algo que no había dicho aún: suelo anotar cuándo empiezo y cuándo acabo de leer un libro). Tardé menos de una semana en leer sus 431 páginas. Por entonces yo estaba sumida en un maremagnum salvaje de trabajo y de obligaciones personales y familiares, así que, en efecto, es adictiva.

Su estructura es aparentemente sencilla: ocho capítulos que llevan como título el nombre de personajes que acaban siendo guías de la protagonista más un epílogo. Una trama que parece lineal encubre una subestructura muy cercana al concepto de vasos comunicantes, que, a su vez, evoluciona como una tela de araña que hace que las vidas de los personajes se vayan tejiendo: a veces convergen, a veces se narran en contrapunto. La técnica de base queda difuminada a favor de una superficie amable en la que quien lee puede nadar de manera más o menos profunda según prefiera. En resumen: encontramos una lectura que se puede entender a diferentes niveles de realidad.

¿Qué más tiene esta novela? Una heroína que se equivoca, como hemos dicho. ¿Una antiheroína? Pues sí. Pero precisamente por eso sale victoriosa en la mente de quien construye su leyenda: tú, yo, muchos.

Corre el año 1033 del calendario juliano:

El mundo se había vuelto enemigo de la humanidad.

(p. 15)

Hay hambre, desolación y miedo en un mundo devastado por el apocalipsis en el que la leyenda de Micaela surge y se metamorfosea, en el que no hay lugar para la esperanza de vida ni para la esperanza de libertad. En este contexto, una niña, una muchacha, una mujer llega a saber quién es y quién quiere ser. Llega a ser: para ella y para todos los que siguen, conocen y explican su leyenda.

Corre el año 2020 del calendario gregoriano: el mundo sigue siendo enemigo de la humanidad. En estas circunstancias, Olivia Sterling nos brinda unas páginas para recluirse, soñar y aprender a vivir. Unas páginas para leer y ser, en donde tú también serás Ferox.


[1] Olivia Sterling: Ferox. Serás leyenda (Penguin Random House Mondadori Grupo Editorial), Barcelona, 2019.

Tú serás Ferox