Cuando acabamos de leer Dune nos damos cuenta de que es muchas cosas: un tratado sobre el medioambiente (en el que se advierte sobre los peligros que acarrea la destrucción de los recursos naturales del planeta), una visión alternativa de la historia de la casa griega de Atreo, un conglomerado de mitos reformulados, la creación de un mundo mestizo en el que se combinan mitologías y lenguas diversas… también se ocupa de temas políticos, religiosos, filosóficos, históricos, poéticos… Dicen que Dune es la primera gran novela de ciencia ficción ecológica. En ella subyacen temas como la supervivencia y la evolución humana, el liderazgo, la libertad y la esclavitud, la locura y la cordura, la conciencia alterada… Aceptando todo esto, me gustaría afirmar que Dune es, ante todo, una novela sobre la búsqueda de la identidad humana.
Saber quién se es lleva a saber qué hay que hacer con el tiempo y las circunstancias que nos han tocado vivir. Y esto es, en el fondo, lo que atenaza continuamente a Paul Atreides, lo que preside toda su búsqueda, su camino, hasta encontrar todas sus facetas, todos sus nombres posibles.
En el principio, como en cualquier génesis, no aparece la palabra, sino el miedo:
No tengo miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allá donde haya pasado el miedo, ya no habrá nada. Solo estaré yo. (p. 16) [1]
Esta cita, que se repite en la novela más adelante, es el verdadero eje del camino que lleva a Paul a ser él. No es una búsqueda íntima, sino una búsqueda orientada hacia el servicio de los demás, constructora de sociedad, generadora del líder que consigue la unión de los individuos para que sean pueblo en lugar de simples seres aislados (in-dividuos) o turba (masa indiferenciada sin propósito ni camino claro). El líder (Muad’Dib, Usul…) es el que guía al pueblo. Pero para ello debe saber quién es, debe morir como sujeto anterior y debe sobrevivir como nuevo yo a su propio miedo. Esta es la base de su poder sobre los demás: sobrevivir al miedo. La experiencia (como vemos en las pruebas que soporta) le dota de sabiduría y de esa aura especial que hace que los demás confíen en su visión, en su capacidad de liderazgo y de resolución de problemas.
Paul Atreides aprende a lo largo del camino que solo el mestizaje (la unión de pueblos, y no la preservación de unas supuestas razas puras) conduce a los humanos a superarse y a sobrevivir. Este es el caso de los fremen en Arrakis, o lo que es lo mismo, de cualquier pueblo adaptado a un terreno absolutamente inhóspito. ¿Cómo se da esa adaptación? Aprendiendo del medio y aprendiendo de los demás. Eso implica una gran dosis de humildad y paciencia, de rehumanización (Hubo un tiempo en que los hombres dedicaban su pensamiento a las máquinas, con la esperanza de que ellas les harían libres. Pero esto solo permitió que otros hombres con máquinas les esclavizaran. —p. 20—), pero también de saber cuáles son las fronteras entre la protección y la sobreprotección:
Si le proteges demasiado, Jessica, nunca será lo suficientemente fuerte como para alcanzar un destino, cualquier destino. (p. 35)
Desde el principio aparece la necesidad de no proteger, de endurecer al hijo, al débil, al que aprende, para que consiga fuerza y por lo tanto tenga capacidad de poder sobre los demás. La única forma de sobrevivir en Dune es conseguir dominar/colonizar a los demás, salvo en el caso de la relación fremen-Arrakis. El único pueblo que en realidad resulta victorioso (los fremen) es aquel que se adapta al medio, no el que intenta adaptar el medio a él.
La sed es el motor de lucha o de adaptación al medio en Arrakis (podrás comprobar la obsesión de la sed a tu alrededor —p. 44—): cristaliza el deseo, la necesidad de supervivencia. Calmar la sed equivale a calmar el miedo a morir. Pero no basta con eso. Hay que vivir en el mundo, en un mundo sostenible, un mundo que se sostenga:
Un mundo se sostiene por cuatro cosas—alzó cuatro nudosos dedos—… la erudición de los sabios, la justicia del grande, las plegarias de los justos y el coraje del valeroso. Pero todo esto no es nada…—cerró sus dedos en un puño— sin un gobernante que conozca el arte de gobernar. ¡Haz de esto tu ciencia! (p.44)
La idea del buen gobernante como alguien que une los pilares del mundo, el que transforma a los individuos y a la turba en pueblo que vive en un mundo, aparece muy pronto en la novela. Paul Atreides será ese buen gobernante, capaz de percibir el mito que lo circunda, pero sin sucumbir a él, puesto que la grandeza es una experiencia transitoria que depende en parte de la imaginación humana creadora de mitos (p. 170).
Cualquier ser humano, pero en especial el líder (como representante, microcosmos y aleph de la sociedad), debe experimentar el misterio de la vida, no resolverlo como un problema. La vida se vive, no se piensa. La vida, en Dune, se nos presenta como un fluido (igual que el agua que escasea en Arrakis y que es, evidentemente, el origen de toda vida): mientras fluye se comprende, porque nos sumergimos en ella. En el momento en que se interrumpe el flujo, la vida se interrumpe y por lo tanto aparece la muerte (y la sed). El ser humano y el mundo son fluidos que contienen todo el espectro de posibilidades (de ser y existir). Paul vive en una simultaneidad temporal que abarca todas esas posibilidades:
Contempló su propia muerte en innumerables versiones. (p.256)
No hay solo una historia lineal, sino múltiples posibilidades. La historia es la posibilidad que se concreta. Las otras forman parte de los anhelos del ser humano. Solo el líder buscado, el Kwisatz Haderach, puede vivir y ver todas las posibilidades. Él es el receptáculo de todas las realidades posibles. Pero aun siendo el líder, el que tiene el poder y las visiones, el que guía al pueblo (un pueblo nómada de identidad nómada, que se reinventa a cada paso), no deja de ser humano, un individuo en busca de la felicidad. ¿Cómo conseguirla, si se ven todas las posibilidades, si se comprenden todos los anhelos? Deteniéndose, aunque sea un instante. Volviendo a su propio refugio: a su hogar, pero sobre todo a su propio espacio interior, en donde se sigue buscando y redefiniendo:
En eso consistía la verdadera felicidad, en la posibilidad de detenerse, aunque únicamente fuera por un instante. No había ninguna felicidad si uno no podía detenerse. (p. 319)
Es mejor una comida frugal y un poco de calma que toda una casa llena de luchas y de suspicacias. (p. 320)
Sus pulmones estaban llenos de su propio silencio. (p. 321)
En el fondo, lo que se busca es la armonía con los otros, entre los otros y en “lo otro” que es el planeta que se habita: la luz allí era una especie de silencioso murmullo, una armonía más profunda que ninguna otra en todo aquel universo (p. 349). Estamos muy cerca de los postulados de la armonía universal. La armonía, la consonancia (el “sonar con”) frente a la disonancia que supone cualquier enfrentamiento (con uno mismo, con los demás, con el planeta), es el equilibrio buscado en un medio en el que, para sobrevivir, hay que suprimir cualquier debilidad y cultivar la cualidad que define a los fremen como esencia:
Los fremen eran supremos en aquella cualidad que los antiguos llamaban spannungsbogen… que es la demora que se impone uno mismo entre el deseo de algo y el acto de conseguirlo. (p. 372)
Spannungsbogen, que no es lo mismo que “no hacer nada y esperar”. Incluso la inmovilidad es un tipo de acción en Dune que tiene sus propias consecuencias (p. 381): en este sentido, la novela nos conecta directamente con la mentalidad de base budista. No hay que confundir, tampoco, esta inmovilidad con la parálisis que genera el miedo:
Cuando tu adversario tenga miedo de ti, entonces es el momento de dejar sueltas las riendas de su miedo, dándole tiempo suficiente para que actúe sobre él. Deja que se convierta en terror. El hombre aterrorizado lucha contra sí mismo. (p. 392)
Controlar el miedo es, de hecho, una de las bases del poder. Quien controla el miedo tiene el poder de destruir. Pero… ¿miedo a qué, a quién? En primer lugar, al hombre sin emociones (no es posible controlarlo —p. 473— porque no es posible conseguir que pierda el control), pero, sobre todo, a la propia necesidad de que el universo sea lógico y coherente:
En las profundidades de nuestro inconsciente hay una obsesiva necesidad de un universo lógico y coherente. Pero el universo real se halla siempre un paso más allá de la lógica. (p. 477)
Esa falta de lógica y de coherencia genera incertidumbre e inseguridad en la mente humana: lo que la mente no acepta hace germinar el miedo, y el miedo petrifica (p. 593). Y si ya hemos dicho que la vida es fluir, es fácil comprender que la piedra es la muerte. ¿Cómo sobrevivir a esto, como vivir con esto? Siendo nómada, convirtiéndose en nómada. Aceptando la incertidumbre. Aceptando el miedo que construye nuestra identidad. Por este camino, el ser humano se fortalece y se adapta al medio y a lo que suceda. Y el ejemplo por excelencia de este comportamiento en Dune es, justamente, el de Paul Atreides. Esto es lo que le otorga el poder, lo que le convierte en líder:
—No sabemos cómo terminará todo esto—dijo. Y su compañero más alto, nuevamente con una mano sobre el ojo, añadió con voz gélida: —Pero ni siquiera Muad’Dib lo sabe. (p. 594)
[1] Seguimos la edición de La Factoría de Ideas (Madrid, 2012).